Castigo de la palabras

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jueves, 3 de junio de 2010

Nosotros, los pobres (México 1948). Ismael Rodríguez

Ismael Rodríguez nos presenta en Nosotros, los pobres, el colmo del melodrama, como si pareciera no haber tenido bastante con realizar el año anterior la mediocre cuando Lloran los valientes.

El realismo más patético del XIX se ve de nuevo resucitado, pero esta vez en México y con el galán de los galanes mexicanos, Pedro Infante. No es este el Ismael Rodríguez de las grandes obras, como pueden ser Los Hermanos del Hierro o El hombre de papel, sino el Ismael que juega con las historias más crueles y despiadadas para sobrecoger e impresionar al espectador con el recurso fácil. Es verdad que es un director del drama y el melodrama, pero cada vez que se empeña en complicar los argumentos e hilar mil piezas diferentes se le rompe el puzle.
No hay ninguna duda de su talento en la dirección de actores o incluso en la técnica, aunque pueda echarse en falta mayor ritmo en la primera hora de película. Por el contrario, de la segunda hora hasta el final el ritmo y las aventuras son mucho más aceleradas y la trama da giros y giros sobre sí misma, olvidándose de cerrar personajes como por ejemplo el viejo que les roba el dinero o las borrachas, que pienso que están desaprovechadas y que podían haber aportado más al guión. Nada más ver los personajes de las borracheras se me vino a la cabeza J. Ford, pero Rodríguez no les sigue el pulso, y las deja como perdidas.

Ismael Rodríguez nos habla en el film de un México de verdad, de un México en el que los Pepe “El toro”, las chachitas, las borrachas, las charreras, etc. se podían encontrar en cualquier barrio humilde a lo largo y ancho del país, aunque claro está, que no en historias tan enrevesadas. También pienso que en las escenas que podríamos tildar de críticas, como puede ser la del saqueo de la casa a ojos de Chachita y en ausencia de Pepe, prevalece más el impacto que pueda provocar en el público que el propio interés crítico, como pone de manifiesto el desposeer a la abuela paralítica del sillón en el que vive. Digamos que la crítica es más bien descafeinada, casi tila, y que la verdadera cafeína del film está en el tormento del drama.

Al igual que dije en Cuando lloran los valientes, pienso que el personaje de Pedro Infante no está del todo aprovechado, y que el equívoco está en privilegiar a la historia por encima del personaje, error que no comete en Los Hermanos del Hierro o en El Hombre de papel, donde historia y personaje se espolean mutuamente. Aquí, la historia empuja demasiado fuerte al personaje, casi sin dejarlo que se vaya agarrando a los arbustos que están al filo del precipicio. Es quizás ese el fallo más grave, pues a mi parecer el melodrama requiere para ser del todo creíble de una mayor fuerza del personaje que de la historia (tampoco siempre), sólo de esa forma podrán justificarse las acciones más descabelladas y rocambolescas. Pienso por ejemplo en Charlot o en personajes de Capra, donde son ellos los que llevan el peso fuerte de la narración. El resto del elenco, Chachita aparte por tener gran fuerza, tampoco es demasiado reseñable en las interpretaciones, y si destacan es más por el drama que les ha tocado desempeñar que por sus propias actuaciones.

Si resumimos un poco la historia vemos enseguida que entre sus fotogramas se encuentran casi todos los individuos patéticos y personajes tipo que sostendrán con el discurrir de los días los culebrones y telenovelas a las que tan aficionadas son las amas de casa en tardes de ocio y largas siestas. Es en ese aspecto una mina para futuros guionistas.

Así, nos encontramos desde los primeros fotogramas con el machito rompecorazones que se mantiene fiel al amor de una mujer a pesar de las apariencias, siendo además hombre justo, bueno… A continuación hay una hija que cree que su madre está muerta, pero no lo está. Por los entresijos del film aparece, a su vez, la supuesta madre con ansias de perdón, que será perdonada y reconocida como madre al final del film, tras el oportuno arrepentimiento. No falta tampoco la vieja enferma que no puede valerse por sí mismo y que sabe alguna verdad que es importante para la trama, pero que al no poder hablar no la puede decir. Uno de los malos de la cinta intentará matarla porque ella es la única testigo del robo que le ha hecho a una pobre niña. Para colmo, el hombre justo y buen padre, que resultará no ser el padre, es encarcelado por un crimen que no cometió, y casi pierde la vida al intentar demostrar su inocencia ante el verdadero criminal. Tampoco falta la novia guapa y fiel capaz de lo que sea por salvar al hombre que ama. Ésta, a su vez, es requerida por el rico de turno, que tiene estudios de abogado, condena al novio, y la persigue en un coche de lujo hasta verse rechazado. No obstante, ella irá luego a rogarle e incluso le insinuará un falso amor. No faltan tampoco los brindis de viejas borrachas, las esquinas con ciegos, los ladrones de mujeres viejas y adineradas, los raterillos del tres al cuarto con buen corazón o los nuevos ricos que ignoran lo que fueron. Lo que también es digno de elogio melodramático, casi culmen de lo exagerado, es el final a muerte doble, tras el oportuno reconocimiento de una hija que llega por desesperación a llamar a una enfermera a una sala contigua, dónde agoniza su verdadera madre.

Como colofón sólo me queda añadir que a pesar de lo dicho, sigue siendo una película que tiene algo, y que más de 60 años después puede seguir viéndose para pasar una buena tarde disfrutando de la que es ya una película mítica de la edad dorada del cine mexicano, muy por encima de la media de las películas que se hacen en nuestros tan críticos tiempos.

P.S.: Si no les gusta el argumento siempre podrán consolarse con el otro interés de la película, ver cantar alguna que otra cancioncilla al maestro Don Pedro Infante, porque en aquella época no se había expandido aún el tocadisco, ni existían tampoco los cassettes, y el tener un cantante de protagonista de la talla de Infante le añadía un plus comercial al film para atracción del público.

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