Castigo de la palabras

Bienvenidos al Castigo de la palabras, Blog personal de Pedro J. Moriche Hermoso

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miércoles, 28 de abril de 2010

La palabra FACHA

Desde hace unos años a esta parte, hay una palabra que rueda de boca en boca por todos los platós de radio y televisión de este país, y que es usada tanto por las élites políticas como por el pueblo más llano. Me refiero al adjetivo facha o fascista.

Resulta irrisorio ver en los programas del corazón (descorazonado) a Belén Esteban o a los contertulios de moda insultándose unos a otros con tal calificativo, y soltando perlas al estilo “tú eras un facha dentro de la casa de Gran Hermano porque nos molestabas mientras dormíamos”, o “fascista tú que no fregabas los platos”. Por supuesto que la mayoría de ellos desconocen el uso o el origen de la palabra, pero no llego a explicarme porque existe en el mundo audiovisual de este país esa extraña manía por usar palabras de tintes políticos de las que no se han documentado o que simplemente ignoran. Lo chocante es que la palabra va por los mismos derroteros en los usos cotidianos, incluso en niveles universitarios, y lo que aún es más preocupante, en el mundo de la política las trazas tienden a ser idénticas.
Es casi impensable en nuestros tiempos poner la radio y no escuchar una tertulia política donde no se pronuncie el calificativo, da lo mismo la ideología a la que se pertenezca, si es que aún quedan ideologías en este país, que lo dudo. El adjetivo fascista se ha convertido en el comodín de los que nada tienen que decir, en la palabra mágica que abre la puerta de los vítores y palmas fáciles, en el argumento ofensivo de los que no tienen ningún tipo de argumentos, en el cebo de miel en el que pica la indocta concurrencia.

El fascio era durante la época del Imperio Romano el haz (esa es su traducción al castellano) de varas y el hacha lictor que atado con unas cuerdas representaba la justicia. En los albores de la primera Guerra Mundial, el término cobra un doble sentido y pasa a denominar a los grupos ultraderechistas que están comenzando a surgir en Italia, y que cogen como estandarte esa simbología romana que remite a un pasado de grandeza. Será Benito Mussolini quien convierta el fascismo en doctrina, y se extenderá luego a otras naciones como a la Alemania de Hilter o la España de Franco. Entre algunos de los principios de esta ideología cabe citar la supresión de los Derechos Humanos, el fuerte militarismo, el control omnímodo del estado, la represión intelectual, o la actitud xenófoba.

Por tanto, creo yo, que usar tan comúnmente y a la llana esa palabra no es sólo faltarle el respeto a la lengua y la historia, sino también faltarle el respeto a cualquier ciudadano demócrata. Y lo que es más, cuando se emplea con fines político, se olvida que el ser al que se le aplica el improperio representa a una buena parte de la ciudadanía española, y que cuando se le insulta a él se está insultando a los votantes, y diciéndoles que son un Hitler, un Mussolini o un Franco.

El imperio de los pícaros

España, que no es un invento de fachas como parte de la indocta progresía cree, está en crisis porque el pícaro ha pasado de ratear harapiento por las calles a presidir elegantemente vestido un país y gran parte de sus instituciones. El género picaresco fue una de las pocas etiquetas que España ha dado a la historia de la literatura. Ello se explica porque las mejores reservas y cosechas de estos individuos se criaban aquí y si no, se exportaban en barrica, preferentemente desde Italia, como en tiempos de los Felipes. El pícaro literario siempre ha producido la empatía en los lectores, y ha llenado cuartillas de loor y alabanza. Por el contrario, el pícaro real ha creado el rechazo, la crítica y el castigo.

Con la llegada de la democracia, se le dio al pícaro el derecho de la metamorfosis, es decir, de poder pasar de individuo que mendiga a individuo al que le mendigan. O lo que es lo mismo, de hacer que la simpatía del personaje literario se hiciera efectiva en el personaje real.

El pícaro, entonces, se enfundó en pajaritas y corbatas y aprendió lo básico en retórica para poder pasar el platillo electoral y recogerlo lleno. No tuvo que ir tampoco a la universidad o estudiar alguna disciplina, sino que lo importante era la mentira y la maña, como siempre. Poco a poco, se fueron subiendo a la cúspide que gobernaba y obedeciendo al refrán (dios los cría y ellos se junta), no tardaron en ser mayoría y elegir al presidente.

La corrupción, que no es más que la picaresca en alto grado, no se entretuvo hablando con el lobo en el bosque, sino que fue directamente a casa de la abuelita. La diferencia con el cuento es que la cesta que le llevaban con fruta a la abuelita volvió cargada con los pocos ahorros que la pobre anciana tenía para la vejez. Buena muestra de ello abarca desde los escándalos socialistas hasta los “gurteles” peperos, sin olvidar tampoco al resto de partidos.

Dicho, groso modo, esta es la explicación de nuestra crisis. Los pícaros gobiernan ahora el imperio, nos castigan con leyes que antes les castigaban, compran coches de lujo con el mismo dinero que nos han robado siempre, y para colmo y regocijo nos meten en plazas de toros y estadios de fútbol y nos incitan a corear su nombre y a aplaudirlos ¡y el caso es que lo hacemos!

En resumidas cuentas, el pícaro ha sido capaz de reformarse por fuera, enfundándose en retóricas y trajes bonitos, pero la suciedad de dentro y la sonrisa cínica sigue siendo la misma que hace más de 500 años, cuando Hurtado de Mendoza los nombra por primera vez en una de sus cartas.