Castigo de la palabras

Bienvenidos al Castigo de la palabras, Blog personal de Pedro J. Moriche Hermoso

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miércoles, 28 de abril de 2010

El imperio de los pícaros

España, que no es un invento de fachas como parte de la indocta progresía cree, está en crisis porque el pícaro ha pasado de ratear harapiento por las calles a presidir elegantemente vestido un país y gran parte de sus instituciones. El género picaresco fue una de las pocas etiquetas que España ha dado a la historia de la literatura. Ello se explica porque las mejores reservas y cosechas de estos individuos se criaban aquí y si no, se exportaban en barrica, preferentemente desde Italia, como en tiempos de los Felipes. El pícaro literario siempre ha producido la empatía en los lectores, y ha llenado cuartillas de loor y alabanza. Por el contrario, el pícaro real ha creado el rechazo, la crítica y el castigo.

Con la llegada de la democracia, se le dio al pícaro el derecho de la metamorfosis, es decir, de poder pasar de individuo que mendiga a individuo al que le mendigan. O lo que es lo mismo, de hacer que la simpatía del personaje literario se hiciera efectiva en el personaje real.

El pícaro, entonces, se enfundó en pajaritas y corbatas y aprendió lo básico en retórica para poder pasar el platillo electoral y recogerlo lleno. No tuvo que ir tampoco a la universidad o estudiar alguna disciplina, sino que lo importante era la mentira y la maña, como siempre. Poco a poco, se fueron subiendo a la cúspide que gobernaba y obedeciendo al refrán (dios los cría y ellos se junta), no tardaron en ser mayoría y elegir al presidente.

La corrupción, que no es más que la picaresca en alto grado, no se entretuvo hablando con el lobo en el bosque, sino que fue directamente a casa de la abuelita. La diferencia con el cuento es que la cesta que le llevaban con fruta a la abuelita volvió cargada con los pocos ahorros que la pobre anciana tenía para la vejez. Buena muestra de ello abarca desde los escándalos socialistas hasta los “gurteles” peperos, sin olvidar tampoco al resto de partidos.

Dicho, groso modo, esta es la explicación de nuestra crisis. Los pícaros gobiernan ahora el imperio, nos castigan con leyes que antes les castigaban, compran coches de lujo con el mismo dinero que nos han robado siempre, y para colmo y regocijo nos meten en plazas de toros y estadios de fútbol y nos incitan a corear su nombre y a aplaudirlos ¡y el caso es que lo hacemos!

En resumidas cuentas, el pícaro ha sido capaz de reformarse por fuera, enfundándose en retóricas y trajes bonitos, pero la suciedad de dentro y la sonrisa cínica sigue siendo la misma que hace más de 500 años, cuando Hurtado de Mendoza los nombra por primera vez en una de sus cartas.

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