Castigo de la palabras

Bienvenidos al Castigo de la palabras, Blog personal de Pedro J. Moriche Hermoso

Buscar este blog

martes, 18 de mayo de 2010

Cuando la charanga y la pandereta suenan a violines

Si hay una película injustamente tratada en el cine de nuestro país, esa es sin duda La Vaquilla (1985, Berlanga). Mucho se ha hablado del Verdugo o de Bienvenido Mr Marshall, películas en que la crítica explícita pone más claramente de manifiesto el talento, y el sentimiento aflora a la superficie. Sin embargo, cuando los maestros Azcona y Berlanga usan la charanga y la pandereta para sacar música de violines la crítica parece no escucharlos, quizás porque ignora que un instrumento vulgar en manos de un par de genios puede sonar a angelical.

Si profundizamos en el guión nos damos cuenta de que estamos ante uno de los cantos más antibelicistas de la historia del cine, y quizás en el mayor canto antiguerracivilista que puede imaginarse. Nadie ha tratado con esa maestría la España del 36, dejando tan en ridículo el sentido de una guerra que no valía para nada. Quizás la crítica esperase que Berlanga fuera más severo y ácido con el Franquismo, pero el valenciano es capaz de juzgar desde afuera y realiza una película sin posicionarse ideológicamente, y siendo lo más objetivo posible.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que la vaquilla es una metáfora de España. Quizás el tópico y el tema tratado hacen que el espectador se quede en una primera lectura, sobre todo porque la película entretiene y con eso puede que le baste para considerarla como buena. Pero no, no es solamente eso. La Vaquilla es el uso de los tópicos con un doble sentido, con una vuelta de tuerca que se enrosca de humor negro, de sátira, ironía, humanidad y unos diálogos sencillamente prodigiosos si se ahonda en ellos. La Vaquilla es a las películas denominadas como “españoladas” lo que el Quijote a los libros de caballería.

Los primeros travelling de un soldado repartiendo la correspondencia en calzoncillos por la primera línea de trincheras vaticinan que estamos ante algo majestuoso. A continuación, aparece Alfredo Landa en uno de los papeles de su vida, llevando las estrellas en una camiseta interior, símbolo de lo que fue el desorden y la poca disciplina en el bando Republicano. La escena en que los mandos fascista y republicano intercambian el papel por el tabaco para que los dos puedan fumar raya el absurdo, la realidad y el lirismo. A su vez, dos soldados (un grandísimo Guillermo Montesinos) quieren intercambiarse de bando por unos días; uno para ver a sus padres y otro a su novia. La comicidad de esa escena esconde un trasfondo ideológico de muy altas cotas artísticas: el sinsentido de la guerra enfocado desde el punto de vista de la tropa.

La aparición de José Sacristán, en la escena de los preparativos del asalto, le da el empujón necesario al planteamiento para que el desarrollo camine sobre ruedas. Es en el desarrollo donde los dos guionistas han puesto uno de los puntos fuertes, creando una tensión constante con el solo hecho de situar a los personajes en territorio enemigo. Con esa decisión el espectador se mantiene en vilo todo el tiempo.

El carácter arrogante y fanfarrón del macho español queda en evidencia en la escena en la que se le va a dar muerte a la vaquilla. Posteriormente, en la escena del baño, en la que desnudos y sin saberlo, chapucean juntos rojos y azules, Alfredo Landa dice una de las frases claves de la película: “-Lo que es la vida mi teniente, aquí en pelotas ni enemigos ni na. Y además nos invitan a desayunar.” El film continúa su acción en la fabulosa escena de la casa de la novia, en la que Montesinos escribe al salir, encolerizado por las infidelidades de ésta, una de las frases de humor inteligente más geniales del cine: “Juana es una fascista”.

Siguiendo con el hilo, y cuando la película parece que entra en un punto muerto, aparece otro de los grandes del cine español, Agustín González, para terminar de darle el empujón definitivo al elenco. La aparición del Marqués (inconmensurable Adolfo Marsillac) y de la Iglesia como pilares fundamentales del régimen, sobre los que Berlanga descarga su humor negro, también son de resalte.

Finalmente, y tras pasar por las divertidas peripecias de la corrida en las que queda plasmado el ambiente de una época, llega la parte honda del film. Los dos toreros, en representación de los dos bandos belicistas, torean a una vaca en territorio de nadie, perdón a una España, que se les muere entre lance y lance sin que ninguno logre la vuelta al ruedo ni el ansiado triunfo. Esa metáfora se verá reforzada con el prodigioso y vertiginoso movimiento de cámara, que como si fuera un buitre planeando se acerca al esqueleto de la vaca para terminar de rematarla. Es el momento del lirismo fotográfico. Nunca nadie, usó la metáfora que representa a un país de una forma tan sutil y certera, sin señalar culpables, pero invitando a todos a la reflexión y lanzando el mensaje de que la guerra es absurda, que no tiene sentido.

Para terminar podemos decir que la Vaquilla es una radiografía de la Guerra civil, pero una radiografía vestida de acuarela en la que hay que ahondar para entender que la pareja Azcona-Berlanga no tiene nada que envidiar a otros grandes duetos del cine como Diamond-Wilder, así como tampoco nuestros actores clásicos han de sentir envidia ante el plantel hollywodiense. No podemos olvidar tampoco que la película, siguiendo el patrón de obras literarias como El Lazarillo, tiene una doble lectura. En la primera entretiene y deleita, como corresponde al cine, y en la segunda roza lo sublime, como corresponde al arte.

Como colofón recordar la parte final del diálogo de los dos toreros, resumen de toda la película:
-Limeño, si ves al Tejadillo dale recuerdos.
-¿Al tejadillo? Pero, si la palmó en Valencia.
-¿Un toro?
-El hambre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario