Castigo de la palabras

Bienvenidos al Castigo de la palabras, Blog personal de Pedro J. Moriche Hermoso

Buscar este blog

viernes, 11 de junio de 2010

La armada Brancaleone, Mario Monicelli, 1966. Italia

El maestro de la comedia a la Italiana, Mario Monicelli, nos ofrece en esta película una parodia histórica que nada ha envejecido 50 años después, y que será modelo para que otros directores parodien situaciones similares. Quizás pueda ser la alabada cinta de los Monty Python, Los caballeros de la mesa cuadrada, una secuela, por encima a nivel de diálogos de esta cinta, pero por debajo a nivel de película en general. Pero no vamos a abrir ahora ese debate.

La época parodiada por los tres guionistas (Monicelli, Age y Furio Scarpelli) se centra en la Edad Media y en sus tópicos fundamentales: la peste, las cruzadas, el honor del caballero, la virginidad, los saqueos, las justas... Vittorio Gassman hace el papel de un noble desterrado, Brancaleone, cuya forma de vida es la picaresca andante, pero que no deja de guardar férreamente los principios de alcurnia, como son la palabra dada y el espíritu guerrero. Carlo Pisacane encarna al judío negociante, tan odiado por el uso de la usura en aquellos tiempos, pero convertido aquí en un tierno anciano que para librarse de los peligros se mete en una especie de baúl andante en el que lleva sus mercancías. Terminan de integrar la armada Brancaleone, un campesino, un raterillo del tres al cuarto, un niño y otro noble exiliado interpretado por Gian Maria Volonté, cuyas escenas de lucha con Brancaleone son ya antológicas.

La historia comienza con un saqueo cómico a una aldea, en la que aparece un terrible caballero que mata a diestro y siniestro por muchas flechas que le clavan. Al final, y aprovechando su grave estado, los futuros integrantes de la armada Brancaleone logran vencerlo. Pensando que ha muerto le roban lo que resultarán ser unas escrituras de posesión de un feudo, al que se dirigen tras buscar a un noble que lo presida, Brancaleone. La trama está dispuesta a lo largo del camino y de las anécdotas que se suceden en él, desviando a menudo a los personajes de su itinerario natural en busca de un fin cómico concreto. El tópico del camino es una constante ya desde la propia Odisea, donde todos los sucesos se ensartan en esa disposición, siendo la llegada a dicho lugar el final de la trama.

La comicidad comienza en la propia parodia del saqueo de la aldea, tanto en la lucha como en el caballero invencible, sigue con la ridiculez en que queda Brancaleone en las justas, y se sublima con la lucha de los dos caballeros, que terminan por segar un campo de trigo a espadazos y cortar un árbol a hachazos mientras luchan. Posteriormente le tocará el turno a la parodia de la peste a causa de la codicia, pero serán salvados por un fanático monje que los recluta para las Cruzadas de Tierra Santa con la promesa de curarlos de la peste.

Motivo de las ironías de la pluma de los tres guionistas, y continuando con el desarrollo, serán también los maridos cornudos que quieren suicidarse, la mujer pícara que debe conservar su virginidad pero que no lo hace y lía más la trama, la decadencia de la nobleza bizantina y los gustos sexuales de una de las hijas del rey. Tampoco se olvida el film de traer a colación la desternillante y chapucera historia de la zoofilia amorosa entre el campesino y la osa. Es esta escena del oso lo más lamentable técnicamente del film, debido a un descompasado montaje donde se ven las costuras de hilado de poca consistencia. Pero bueno, era 1966.

Se resuelve el conflicto como cabría esperarse, con un plan de ingeniería fallido por parte de Bracaleone, en el que cae presa la armada, y con la llegada del terrible caballero al que creían muerto, que los salva de ser empalados. Como colofón aparece de nuevo el monje Zenón, que los salvará otra vez de la muerte y se los llevará a Tierra Santa.

La fotografía de Darío Di Palma es otro de los puntos fuertes de la película, para el recuerdo quedan alguno de los pasajes en fila india de la armada, el plano de debajo del puente o el plano de la fantástica elipsis en que se pasa a un invierno nevado. Terminan por apuntillar la calidad una acertada puesta en escena y una música de Carlo Rustichelli más que acertada y que no deja de rondarme en la memoria mucho tiempo después del visionado.

Como resumen baste decir que La armada Brancaleone es una de las grandes películas de la comedia italiana. Privilegia las situaciones y acciones ante los diálogos, que son pobres en ingenio, y adquiere su principal fuerza gracias a la buena composición y a las grandes actuaciones de su personajes. No descuida tampoco algunos detalles técnicos y la creación de ambientes, aunque quede para la antología de las chapuzas cinematográficas el mencionado montaje del oso.

Nota: 8/10

No hay comentarios:

Publicar un comentario