Castigo de la palabras

Bienvenidos al Castigo de la palabras, Blog personal de Pedro J. Moriche Hermoso

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viernes, 4 de junio de 2010

Vive como quieras, Frank Capra, 1938

Muy pocas veces he sentido con ningún film lo que un día sentí con Vive como quieras (You Can't Take it With You), de Frank Capra. Aún me cuesta digerir que esta película tenga más de 70 años. Parece como si desde entonces hubiera estado conservándose en barricas de roble, para que con el devenir de los años, al abrirla, vertiera aún el aroma fresco del primer año de cosecha. O quizás, sea el señor Poppins quien desde dentro la mantiene fresca, poniendo ahora un conejito por aquí o un sonido de harmónica por allá.

La historia es un canto, una utopía a la felicidad, al ser humano, a su libertad. Capra es quizás el mejor contador de cuentos que ha dado nunca Hollywood. Y su especialidad son los de argumentos aparentemente pastelosos, que no se sabe bien porqué mecanismo o receta mágica convierte él en tartas nupciales. Sus finales se suelen adivinar desde los primeros minutos de sus películas, pero hay un algo que te mantiene pegado a la butaca, y que al final del film te hace pensar y te sorprende. Todo era quizás como lo esperabas, pero totalmente diferente. Esa es la magia del cuentacuentos.

Vive como quieras es una adaptación de la obra del mismo nombre, escrita por George S. Kaufman y Moss Hartcuenta, y que había sido galardonado con el Pulitzer. En ella nos narra Capra la típica historia de amor entre chico rico (James Stewart) y chica humilde (Jean Arthur), con el antiguo problema de la oposición de las familias por pertenecer a distintas clases sociales. A su vez, las dos familias tienen una pugna por la casa en la que habita la familia de la chica humilde, Alice Sycamore, que es la única que les falta por comprar al todopoderoso imperio de los Kirby, familia a la que pertenece el chico rico, Tony Kirby. Tras la accidentada presentación de las familias acabarán todos en los calabozos, y el señor Kirby padre, interpretado magníficamente por Edward Arnold, comenzará poco a poco a reflexionar sobre su vida y su riqueza. A su vez, Alice ha abandonado la casa y se ha marchado lejos para olvidar las afrentas recibidas, dando al traste con las esperanzas de un Tony Kirby que a punto está de desistir, sobre todo tras la venta de la casa por parte de la familia Sycamore. Al final, la historia termina con el consabido final feliz, y el maestro Capra nos ofrece un dúo de harmónicas como colofón de gran maestría, como unión de dos tipos de mundo distintos, aunque más que unión es la claudicación del rico y su despiadado mundo de intereses y traiciones ante el mundo de felicidad y amistad del pobre.

El triunfo y la grandeza de esta película se debe a su peculiar historia, sobre todo a la creación de personajes pintorescos con gran simpatía y fuerza, de los que no dudo que si los viera Cervantes diría que más que personajes son “retablos”. La oposición de los contrarios está bien planteada, y aunque es un planteamiento milenario de creación de tensiones sigue siendo eficaz para cualquier tipo de narración.

Pero lo que sostiene de verdad la narración es la actuación de los personajes. Esta película en manos de otros actores no sería la misma. El abuelo Vanderhof, interpretado a las mil maravillas por Lionel Barrymore, del que Orson Welles afirmaba que era el mejor actor de Hollywood, se come literalmente la pantalla y nos mantiene sin parpadear cada vez que habla, o que lapida. Jean Arthur está también sensacional y aunque sus diálogos no son brillantes, sus gestos sí. Stewart también tiene un personaje bien logrado, que se debate entre el deber de la tradición y su propia felicidad, a la par que soluciona su aspecto de tonturrón con unos diálogos de humor e ironía bien conseguidos. Como último puntal principal estaría Edward Arnold (Anthony P. Kirby), que sin apenas mediar palabras logra transmitirnos el alma y el interior de ese personaje, al que ha moldeado una férrea tradición y un despiadado capitalismo a su antojo.

El plantel lo cierran unos secundarios espléndidos que hacen “cosas”, como por ejemplo cohetes en los sótanos, dulces de amor en la cocina, o escribir obras literarias simplemente porque un día trajeron una máquina de escribir por equivocación, sin olvidar tampoco las escenas de lucha que protagoniza el ruso Kolenkhov (Micha Auer).

La música es otro fuerte de la película, sobre todo en la escena final de la harmónica, que raya en lo sublime, tanto por el clímax que consigue como por la adecuación de la melodía al ritmo de la película.

El mensaje que nos envía Capra, aunque profundo, es bastante explícito y denotativo, como lo requiere el caso. Y viene a decir: vive como quieras, sé feliz, haz lo que en realidad te gusta… Entre sus fotogramas se hace una crítica ácida a la sociedad capitalista, a la riqueza, al sinsentido de acumular y acumular, a la avaricia, al egoísmo, a la guerra, al Estado… y se resaltan valores como la amistad, la libertad y la felicidad. Sí, es una utopía, pero para eso se inventó el cuento y el cine, para poder vivir por instantes, mediante la empatía, ese mundo tan irreal y tan fantástico al que no podemos aspirar en la dura cotidianidad en la que hemos convertido nuestra existencia.

Como punto final diré que cada vez que veo algo del maestro Siciliano (aunque naturalizado americano) siento como una fuerte comunión con la humanidad, como si algo en el interior me hiciera creer aún, y a pesar de dos guerras mundiales, en el futuro del hombre, en la colectividad. Además, aflora algo misterioso en mi interior (también me lo han comentado más personas) que muy pocas películas han conseguido: me entran ganas de hacer el bien y ser mejor persona. Sin duda, cuando pasa esto, podemos decir que nos hallamos ante una obra maestra.

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo contigo en todo. Respecto a esto último que comentas, de que te hace desear ser mejor cuando la ves, te recomiendo "Hermano Sol, hermana Luna".

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